Estos días he terminado el libro de Antonio Muñoz Molina, “Todo lo que era sólido” un ensayo analítico demoledor sobre los años de falso esplendor y las consecuencias de una política de despilfarrado que han abocado en esta larga y penosa crisis no solo económica sino patrimonial y paisajística destruyendo belleza para construir fealdad.
En realidad todos debemos sentirnos culpables por haber mantenido una actitud tan condescendiente con todos los que nos han gobernado, aceptando como normal lo que no lo era, y poniéndonos de perfil ante tamaña catástrofe irrecuperable por la destrucción de gran parte de la belleza del país.
Ahora todo aquello que en su momento nos pareció normal y que tanto nos costó conseguir como la sanidad y la educación pública y gratuita, ahora que se están tapando con las pensiones de los viejos y con los que a trancas y barrancas han mantenido su nómina cada vez más escuálida todos los agujeros que nos dejaron las cajas de ahorros, el gobierno central y los autonómicos, ahora vemos con nostálgia todo lo que nos parecía que era sólido y que tan lejos nos parece en el tiempo, y no fue hace tanto que el gobierno de Zapatero en un alarde de generosidad nos regaló a cada uno de nosotros los 400 euros que le sobraban de un superávit que nos llevo incluso a jugar la “Champions” de Europa, a presumir de que se construían 700.000 viviendas al año, más que en Alemania, Francia e Italia juntas, que todas las críticas que nos venían de Europa eran pura envidia, envidia de nuestra calidad de vida según el payaso de Francisco Camps, que cuando recibía alguna observación a su despilfarro decía que había que ejercer más de valenciano que de aguafiestas.
Un análisis tan certero y tan bien explicado por el maestro Muñoz Molina debía ser asignatura obligatoria para todos los que hemos pasado por esa situación de euforia a la del fracaso.