Mi tío Nicanor, hermano de mi padre Bernardo, nació y vivió en El Poyo del Cid (Teruel), una aldea que, en aquel entonces, era muy pobre y contaba con recursos limitados. Las posibilidades de confort y placeres eran prácticamente inexistentes.
Esta mañana, mientras disfrutaba de una buena ducha, me vino a la mente mi querido tío, quien seguramente nunca tuvo la oportunidad de experimentar algo tan simple como una ducha o un cuarto de baño en su humilde hogar, que visité en agosto de 1960. Las necesidades higiénicas eran prácticamente inexistentes, y las más básicas requerían ser atendidas en el corral, que compartían con el asno, tan apreciado por su ayuda en las labores diarias en el campo. Un campo que exigía mucho, especialmente por las duras condiciones climáticas, con inviernos extremadamente fríos.
Hoy, gracias a la evolución de las circunstancias laborales y los derechos, el pueblo ha crecido y se ha transformado, haciendo que aquellos tiempos tan difíciles que enfrentó mi tío y su generación sean ahora mucho más humanos y favorables.
No tuve la oportunidad de conocerlo bien; solo pasé unos pocos días en su humilde casa durante aquel verano, y desde entonces no he tenido noticias suyas ni sé cómo fue su final. Por eso, quiero rendirle este homenaje a su memoria.
Aunque no tengo ni una foto de él ni forma de conseguirla para adornar esta entrañable entrada de recuerdo, siempre lo llevaré en mi corazón.
Para compensar el déficit de imágenes personales, dos fotos del pueblo, ahora muy bien representado en La Ruta del Cid, y en su estatua que adorna la villa.