Los ciclos vitales que vamos consumiendo por el viaje de la vida llevan a valorar cosas que en anteriores etapas tuvieron poca o ninguna repercusión en la visión o forma de comprender aspectos y experiencias pasadas.
Una entrevista en televisión a Felipe Gonzalez en la cual citaba el libro que en aquel momento él mismo estaba leyendo, despertó mucha curiosidad a sus fans e interés en su lectura. (En casa éramos todos muy felipistas, y yo más que nadie). Me refiero a “Memorias de Adriano”.
En cuanto pude me puse a su lectura. Si lo decía Felipe, tenía que ser bueno, y sin duda lo es, pero mis treinta y seis años no me permitieron apreciar todo lo que Marguerite Yourcenar imaginó en las reflexiones de aquel emperador nacido en Hispania, cerca de Sevilla y que se convirtió en uno de los pocos que presumió de enorgullecerse por intentar la paz y de insistir en que la cultura y conocimiento eran el alma de la sociedad.
Debo añadir que no es un libro fácil y que en algunos pasajes se hace espeso e incluso diría que solo apto para gente entrada en años, pero de difícil lectura para jóvenes.
Sus memorias van dirigidas a su sucesor Antonio Pío cuando recién acabados de cumplir los sesenta años, una edad que a mi teniendo casi diez años más se me representa todavía joven, me permite entender muchas de sus reflexiones ahora que a mí también me envuelve la vejez, y no solo por los hechos, sino sobre todo por los sentimientos y las distintas formas de analizarlos.
Por último, citar el mérito y la calidad de la traducción de Julio Cortázar. y la belleza de la Villa Adriana que él mismo se construyó a veinte kilómetros de Roma.